lunes, 22 de diciembre de 2008

Epicentros del cambio.


Cambiar el mundo, cambiar a otros, cambiar uno mismo. El cambio es una onda expansiva ¿dónde está el epicentro? Henry Mintzberg -investido este año Doctor Honoris Causa en el marco del cincuentenario de ESADE- clasificaba las instituciones caracterizadas por una misión (misioneras) o una causa distintiva (dedicadas a la transformación social más que económica) como reformadoras -intentan cambiar el mundo en torno a una causa, como la mayoría de ONG e instituciones del Tercer Sector- conversoras -pretenden cambiar el mundo a través de la transformación de sus componentes (conversión) como las instituciones religiosas aunque incorporaríamos a todas aquellas que promueven algún tipo de militancia- y claustrales -se encierran en sí mismas para vivir en ese otro mundo como los menonitas, las comunidades ecológicas como el movimiento Longo Mai, las ordenes religiosas monásticas y conventuales (trapenses, cartujos,), incluso algunos kibbutz (rodeado actualmente de cuestionamientos)... -. Todas ellas podríamos considerarlas como organizaciones dedicadas al cambio en diferentes epicentros. El cambio atrae. Posiblemente se percibe como un trozo de esa utopía exterior a nosotros...aunque los líderes sociales se remontan más hacia el interior: el cambio posible comienza desde el individuo (Ghandi). También hay de los que piensan que el cambio es imposible, que "todo el que nace lechón muere cochino" y que "salvese el que pueda"...Me viene a la memoria una famosa anécdota sobre Ghandi. En una ocasión, una abuela llevó a su nieto ante Gandhi. El chico parecía sentir un insaciable apetito por el azúcar, de tal manera que amenazaba su salud.. “Por favor-le pidió la abuela a Gandhi- , dígale que deje de tomar azúcar. Siente mucho respeto por Vd. y escuchará todo lo que le diga.”“Bien ahora márchense y regresen al cabo de cuatro días”, contestó Gandhi. Misteriosamente, no hizo ningún comentario sobre la prohibición de tomar azúcar. La mujer y su nieto hicieron lo que se les pedía y al cuarto día regresaron y se presentaron ante el Mahatma. Gandhi miró al chico a los ojos y le dijo: “Deja de comer azúcar. Perjudicará a tu cuerpo”. Tras un corto silencio la abuela preguntó: “Señor, ¿por qué nos pidió que regresásemos cuatro días después para prohibirle a mi nieto que tomase azúcar?”. “Señora –replicó Gandhi- hace cuatro días yo tampoco había dejado de tomar azúcar”. El mensaje de esta historia no pretender aguarle estas fiestas a nadie, máxime cuando podemos disfrutar –con cierta moderación- de suculentos manjares navideños fruto de nuestra cultura popular, que saben mejor si se comparten. Lo único que quiero trasmitir es que no abandonemos y no nos rindamos a la llamada de la coherencia entre lo que aconsejamos a los demás y lo que realmente hacemos en nuestra vida cotidiana. Y digo abandonar, porque lo más fácil es dejar de aconsejar, es rendirnos a la posibilidad de luchar contra nuestros impulsos internos o externos que sin control pueden hacernos mucho daño, tanto a nosotros como a los demás. La co-herencia –curiosamente y no lo he pretendido- es la mejor herencia para los que queremos, es el mejor regalo, el más duradero, el de mayor utilidad para la vida, es desinteresado, gratuito y sobre todo, pensado para el otro. Regalemos coherencia en estas fiestas.

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